Lección Once

"Aprendamos a Ser Agradecidos"

 

Texto Bíblico: Lucas 17:11-19

Verso de Memoria: “Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza” (Salmos 100:4).

Objetivo de la Lección: Ser agradecidos y encontrar la manera de expresarlo.

 

Solo Uno se Acordó de Decir “Gracias”

Dirija a los niños en una discusión de las enfermedades de la infancia que ellos

tuvieron y que requirió que ellos se apartaran de otras personas. Las planillas de los pacientes proporcionan la información que usted necesita para esto. Hable sobre

cómo ellos se sentían cuando no podían jugar con otros niños o ir donde otras personas iban.

“¿Mami, a dónde fue mi papá?” el pequeño buscaba con ojos tristes y llorosos. Su madre se mordió su labio y volteó su cabeza.

Cuando seas más grande, te lo diré.”

Yo soy un muchacho valiente para mi edad, Mamá. Por favor dímelo. ¿Está muerto? ¿Lo volveré a ver otra vez?”

Tu padre  tiene. . . lepra.

Nosotros tuvimos que mandarlo con los otros leprosos.” “¿Regresará a casa?”

No, Hijo. No hay esperanza.”

¡No, Mamá! ¡Por favor no digas que no hay esperanza!” El niño se echó en

los brazos de su madre y dio rienda suelta al llanto que no pudo contener más. Probablemente esta escena sucedió muchas veces.

¡Lepra que enfermedad tan terrible!

Aquéllos que la tenían se veían horribles, olían horrible y se sentían horribles. Las grandes llagas salían de sus cuerpos y se esparcían, comiéndose la carne hasta que se veían los huesos. La lepra afectaba los nervios y la piel. Un leproso perdía a menudo sus dedos, los dedos de los pies e incluso la nariz.

 

En los tiempos bíblicos las personas con la lepra tenían que vivir solos o con otros leprosos. Ellos no podían vivir con sus familias. Si alguien se les acercaba tenían que gritar,

¡Inmundo! ¡Inmundo!” para que las personas supieran que no se debían

acercar a ellos.

No había ninguna cura para la lepra. El leproso apenas tenía que sufrir en agonía y dolor hasta que muriera.  Pero el peor dolor de todos era el de la soledad, el saber que nunca iba a poder regresar a casa a ver a su madre, a su esposa, o sus hijos. Si él iba a casa, su familia se iba a contagiar.

Estaba condenado.

En las afueras de un pequeño pueblo había 10 leprosos. Nueve de ellos eran judíos y uno era samaritano.

Ellos se habían hecho buenos amigos porque todos compartían el destino sin esperanza, la lepra.

Mientras ellos hablaban quizás decían, “¡Oh, deseo poder ir a casa!

Si yo pudiera simplemente ver a mí familia de nuevo y sentir los brazos de mi pequeño alrededor de mi cuello.

Si yo pudiera abrazar a mí esposa y pudiera darle un besito a mi niña. ¡Pero nunca podré! Debo vivir aquí hasta que me muera.”

“¿Saben que sería lo primero que haría si pudiera mejorarme?” decía otro. “Yo iría al Templo. Extraño mucho no poder ir al culto.”

Y yo iría a tomar agua del pozo que está detrás de mi casa,” dijo otro, agitando su cabeza tristemente, “si yo pudiera mejorarme.”

Mientras los hombres se quedaban mirando hacia el camino, vieron a alguien acercándose. Seguramente él no lo haría. Justo cuando empezaron a gritar, “¡Inmundo!” ellos reconocieron a ese hombre.

¡Era Jesús! ¡Los leprosos empezaron a gritar, “¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” Haga que ellos repitan este lamento junto con usted.

Jesús se detuvo y miró a los hombres y les dijo: “Vayan y muéstrense a los sacerdotes.” Si un leproso se recuperaba de la enfermedad, él tenía que mostrárselo al sacerdote para que él pudiera darle “Un reporte de buena salud.” Esto era como ir al doctor, de esa manera todo el mundo iba a saber que estaban sanos.

Aunque ellos no fueron sanados al instante por Jesús, ellos lo obedecieron.

¿Cuántos hombres obedecieron?

Mientras iban a ver al sacerdote fueron sanados. “¡Mira, mis llagas han sanado; las heridas se han ido!” pudo haber gritado uno.

Otro saltó de alegría. “Yo también.

¡Estoy sano!”

 

Ellos estaban tan contentos que corrieron rápidamente hacia el pueblo en busca del sacerdote. Todos, excepto uno, un hombre que era Samaritano.

¿Cuántos corrieron al pueblo?

Este hombre se detuvo en el camino y se regresó a buscar a Jesús y le dijo

Gracias.” Él lloró y cayó de rodillas delante del Señor Jesús. “¡Gracias, Gracias!”

Jesús miró al hombre y luego miró alrededor de Él y preguntó.

“¿Dónde están los otros nueve que fueron sanados?” ¿Dónde están ellos?

Los niños responden.

Entonces Jesús le dijo: “Levántate, tu fe te ha sanado. Ve a tu casa con tus familiares y amigos.”

Imagínate. ¡Solo uno tomó tiempo para agradecerle a Jesús! Quizás este hombre Samaritano tenía esposa y un niño pequeño esperándolo en casa.

¿Pueden imaginarse ustedes el gozo de este hombre regresando a casa y ver a su niño feliz, corriendo a abrazar a su papi con los brazos abiertos?

¡Yo puedo abrazarte ahora, porque Jesús me sanó!” Qué gran alegría había en la casa en ese día.

No nos olvidemos de decirle a Jesús “gracias” todos los días.

 

 

Preguntas de Repaso

1. ¿Cuántos leprosos habían?

Diez

2. ¿Qué es la lepra?

Una enfermedad superficial que come la carne.

3. ¿Qué decían los leprosos cuándo alguien se les acercaba?

¡Inmundo!

4. ¿Quién sanó a los leprosos?

Jesús

5. ¿Cuántos le agradecieron a Jesús?

Uno

 

VERDADERO O FALSO

Tu maestro te va a leer estas declaraciones. Si piensas que es verdadero,

aplaude una vez y luego marca la casilla de “verdadero”. Si piensas que es falso, aplaude dos veces y luego marca la casilla de “falso”.

 

 

VERDADERO o FALSO

1. En la historia de hoy, había nueve leprosos.

 

 

 

2. Los leprosos tenían que vivir fuera de la ciudad.

 

 

 

3. Cuando Jesús llegó, los leprosos clamaron diciendo “¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!”

 

 

 

4. Jesús sanó un solo leproso.

 

 

 

5. Jesús le dijo: “Ve y preséntate ante el doctor.”

 

 

 

6. Solo un leproso regresó y dijo: “Gracias Jesús.”

 

 

 

7. El leproso que regresó se postró ante Jesús.

 

 

 

8. Jesús preguntó: “¿Dónde están los otros seis?”

 

 

”Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz; y se postró sobre rostro en tierra a sus pies, dándole gracias: y éste era samaritano.”

LUCAS 17:15-16